domingo, 17 de junio de 2012

El calor del corazón

Abrí los ojos y vi unos vastos campos bañados por la luz del sol. La suave brisa acarició todo mi cuerpo y sentí el impulso de llevar las manos al cielo, de llorar de felicidad. Mi corazón se sentía en casa, a salvo de nuevo, lejos de la contaminación de los pensamientos. Lejos de la locura de vivir con el alma encerrada, con recuerdos hirientes que dejan el cuerpo y la mente en estado agónico.

Era feliz, me sentía plena. Deseé que aquel momento no terminase nunca. Podría haber estado observando aquellos paisajes durante el resto de mi vida. Tus brazos abrazaron mi cintura y tu cabeza se apoyó en mi hombro y observamos juntos toda esa belleza.
Tú te sentías feliz por verme feliz a mí, habías conseguido devolverme la sonrisa que había perdido hacía tantos años. Yo no sabía cómo agradecerte todo aquello. Cuando te conocí jamás pude imaginar que eras la persona que iba a devolverme las ganas disfrutar de lo que tengo y no de llorar por lo que perdí. Me enseñaste a caminar por tu mundo y en él encontré mi refugio.

Pero volvimos. No podíamos quedarnos ahí para siempre. Y volví a enfermar. Mi mente es débil, un diablo la hizo su presa y no pude salvarme. Sentía la enfermedad brotar de mi cabeza inundando mi ser, alejando de mí el amor, alejándote a ti. Y decidiste marchar solo. Dolor. Sentía el dolor más agonizante, ese que no te deja ni respirar, el que no te deja ver. Ese dolor que te abraza y te prohibe distinguir la realidad de las pesadillas que él mismo infunde en tu ser.

Del dolor más profundo encontré la salida y pude apartar la enfermedad de mí. Sólo tenía que romper las cadenas que tanto tiempo llevaba atando a mi alma. Ahora dejo los días morir, esperando. Esperando volver a aquellos campos dorados, donde el alma vuela, los recuerdos no matan y el amor no duele.

No hay comentarios:

Publicar un comentario