jueves, 29 de noviembre de 2012

El quinto naufragio de Nathaniel.

- Adoro los días ventosos - dijo él -. Me hacen sonreír.
- ¿Si? Pues mira lo que el viento le hace a mi pelo, no sé para qué me peino.
- No te quejes. El viento saca lo mejor de ti.
- Sí, mi mal humor - explicó ella.
- Me gustas de mal humor.
- Y tú a mí me gustas más calladito.
- Cuando me muera, recuérdame en los días ventosos.
- ¡No seas fúnebre!- contestó ella bruscamente-. Siempre con la muerte en la boca.
- Soy mayor que tú, por ley de vida moriré antes.
- ¡Cállate ya, angustias! - dijo ella golpeándole el pecho con la mano derecha, sin desviar la vista del camino. Él, agarrando la delicada mano de la chica entre las suyas, sonrió.
- Si dejo de estar aquí, recuérdame cuando sople el viento - volvió a decirle suavemente.
- ¿Por qué? - preguntó ella con un tono totalmente desquiciado.
- Porque cuando muera, seré viento acariciándote el rostro.

Y ella clavó los pies en el suelo. Sin decir palabra esbozó una amarga sonrisa. Apartó su frágil mano de las de Nathaniel, dio media vuelta y comenzó a andar en la dirección opuesta. Lo dejó solo el día de su cumpleaños. Él nunca más la volvió a ver.


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