lunes, 8 de abril de 2013

El único amor de Ezequiel.


Ella había buscado. Había buscado en lo más hondo de su ser, dentro de su alma. Sólo encontró vacío. Se había visto al borde del acantilado muchas veces, sobre su filo había posado sus pies. Su vida se le escapaba de las manos, alguien le había obligado a cerrar los ojos y ella lo había permitido. Le estaban robando. No podía ver. No podía ver qué tenía detrás. Una enorme bestia. Con una mano la sostenía del cuello para no dejarla caer, para ahogarla si intentaba huir. Con la mano restante le iba robando. Le robó sus sueños, sus ilusiones, su inocencia y el brillo de sus ojos.

Ella se fue vaciando, poco a poco, hasta que ya no pudo sentir más. Sin recuerdos a los que acudir, las pesadillas y las lágrimas cesaron. Se quedó completamente vacía, sostenida por una bestia, al borde de un acantilado, con los ojos cerrados. En esa terrible agonía murió. La bestia soltó su cuello y la dejó tumbada, a merced de los días y el viento. Tarde o temprano su cuerpo caería para fundirse con el mar. Nadie se preguntó nunca qué había sido de aquella joven que le sonreía al sol. No se preocuparon cuando su presencia se esfumó de la rutinaria vida pueblerina. La repudiaron. Ella sólo era un ángel que cuidó del diablo por compasión.
                               




2 comentarios: